Buscando cosas interesantes que traeros a nuestro blog, descubrimos la conmovedora e interesante experiencia de Elizabeth Kao y su lucha para liberar a su hijo mayor, Ben, de la tiranía de las gafas en la niñez.
Su título original es Mi camino hacia Orto k y se relata en dos partes en su blog Motherkao. Agradecemos a Elizabeth su tesón, su paciencia y el habernos permitido compartir su historia con todos vosotros.
¿La miopía y el astigmatismo se heredan…?
Ya os lo conté en mi post del mes de enero: estaba hecha polvo porque se confirmó finalmente que mi hijo mayor tenía miopía y astigmatismo (¡puff… no me di ni cuenta!). Así que me lancé a investigar y buscar todo sobre la miopía infantil y cómo controlarla.
Hay montañas de literatura por ahí sobre si la miopía es adquirida o hereditaria, pero la mayoría de las investigaciones dicen que es una combinación de ambas cosas, genética y factores ambientales, lo que lleva a una mala visión.
Y que la genética tenga gran parte de culpa es algo que de verdad me preocupa. Porque yo crecí con una miopía muy alta y con astigmatismo. De esas que te fastidian la vida. Tanto como para no verte los dedos de los pies cuando te duchas.
Una infancia complicada
Lo último que quiero es ver cómo mi hijo sufre la misma angustia que yo: a partir de los 7 años, mi miopía y astigmatismo fueron aumentando progresivamente de seis en seis meses. Y no había nada que hacer para conseguir que aquello dejara de empeorar.
Cada año que transcurría, mis gafas aumentaban más de un centímetro de grosor que las anteriores. Y así fue mi triste historia en la lucha contra la miopía, que duró desde los 7 hasta los 23 años. Era penoso, ¡menuda época!
Pero bueno, después de esta terriblemente cutre experiencia con la mala visión (hasta que una palabra de cinco letras cambio mi vida…) estaba decidida a que no le machacase la maravilla de crecer a mi hijo Ben.
Imagínate que jugando al fútbol le dan un golpe en las gafas, o que las perdiera al volcar la piragua, o simplemente que alguien las pisara en el colegio y las pulverizara de tal forma que tuvieras que sujetar los cristales con cinta adhesiva. Y luego ir así al cole para que todos tus compañeros se partieran. Y lo peor de todo, que te eligiesen para ser la “chica del día” y tuvieses que hacerte las fotos con esas horribles gafas. Sería como pegarte la etiqueta de RARITA en la cabeza para siempre. Fueron terribles aquellos años de tener que depender de las gafas y vivir siempre con ellas.